Serpiente

Mudar la piel y, a la vez, sentir que la nueva tampoco te sienta. No estar lista para exhibirla. No reconocerte. Aturdirte con los sonidos que antes eran familiares; desconocer el lenguaje con el que te comunicabas con tus congéneres; hacer llorar a los niños a los que el cascabel parecía divertir. De tan extraña que eres, te has convertido en una especie exótica. Te desplazas, sigilosa, porque no quieres advertir a nadie de que ya no eres la misma. Mudar la piel nunca fue tan desconcertante y, a la vez, tan necesario.

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